viernes, 22 de agosto de 2008

Bautismo, Sacerdocio Universal y Ministerio Ordenado:
Impulsos para la reflexión


Programa sobre sustentabilidad de la iglesia – Federación Luterana Mundial

Rev. Martin Junge
Secretario para América Latina y El Caribe
Federación Luterana Mundial
Lima, Agosto de 2008


1. Una experiencia intrigante

Años atrás, tuve una experiencia muy reveladora sobre el tema que nos ocupa esta mañana: Bautismo, Sacerdocio Universal y Ministerio Ordenado. Estábamos trabajando un grupo de pastores y sacerdotes en una planificación de actividades para una organización ecuménica barrial. El tiempo pasó más rápido que previsto y pronto llegó el momento en que tuve que optar por quedarme en aquella reunión, pero faltando a mi compromiso con un grupo de mujeres de mi congregación y luego a las clases de confirmación, o dejar la reunión ecuménica para atender mis responsabilidades pastorales.

- “Lo siento”, le dije a mis pares, “pero debo retirarme pues debo hacer el estudio bíblico en el grupo de mujeres, y luego en la tarde impartir las clases para el proceso de confirmación”.


El sacerdote católico me miró y luego, en un tono amistoso me dijo:

- “¿Cómo? ¿Tú personalmente tienes que hacerlo? ¿No tienes cuadros laicos que asuman esta tarea? Yo tengo todas las actividades en manos de los líderes de la comunidad. Mi rol es trabajar con ellos y leer misas. Su rol es trabajar con la parroquia y con sus grupos.”

Y luego, con un tono que reflejaba solidaridad y amonestación a la vez complementó:

- ¡Me extraña, Martín! Ustedes con esa rica teología del sacerdocio universal de todos los creyentes… con comunidades tan pastor-dependientes…. Me resulta contradictorio.”


Me dejó reflexionando el colega sacerdote. Yendo para mi congregación, repasé mentalmente la situación de las demás congregaciones de mi iglesia, pensando que quizás yo estaba equivocándome en mi actitud, monopolizando actividades y liderazgo, haciéndome imprescindible, copando espacios…. Pero hasta donde conocía a mi iglesia, la situación era similar en otras congregaciones también. La presencia en los grupos, la catequesis – hasta donde yo veía ese siempre fue el rol del pastor o de la pastora.


Pero si aquello era práctica establecida, ¿dónde se expresa entonces el sacerdocio universal de todos los y las creyentes, ya no solamente como una teología, sino como una práctica en la iglesia luterana? ¿Qué afirmamos, en términos concretos, cuando enérgicamente sostenemos en nuestros escritos confesionales el sacerdocio de todos y todas?



2. Vamos a las fuentes. La teología del sacerdocio universal de todos los y las creyentes en Martín Lutero.

Lutero, como siempre, es contundente en su argumentación, en el uso de las palabras y en la claridad de su pensamiento. Escuchen estas frases:


“Así pues, somos todos ordenados sacerdotes a través del Bautismo, como dice San Pedro en 1 Pe 2.9: ‘Ustedes son un sacerdocio real’”


Y luego:


“Pues quien sale del Bautismo puede gloriarse de ya estar ordenado como sacerdote, obispo o Papa, si bien que no conviene a cada uno ejercer este oficio”.


En términos muy concretos ilustra:


“En caso de necesidad, cada uno puede celebrar el Bautismo y absolver, lo cual no sería posible si no fuéramos sacerdotes”


Y con indiscutible polémica, arremete:

“..se inventó que el papa, los obispos, los sacerdotes y los monjes sean llamados estamento espiritual; príncipes, señores, artesanos y agricultores de estamento secular. Esto es un invento y un fraude muy refinado. Pero que nadie se intimide por esta causa y por la siguiente razón: todos los cristianos son verdaderamente del estamento espiritual y no hay ninguna diferencia entre ellos, a no ser exclusivamente por fuerza del oficio”


Sobre este oficio escribe:

“….cada ciudad elige de la comunidad a un cristiano piadoso e instruido, encomendándole el cargo de párroco, y lo sustenta con los recursos de la comunidad, dándole la libertad de casarse o no.”


Y luego sostiene:

“Quiero hablar del estamento pastoral, que fue instituido por Dios y que debe regir una comunidad con la predicación y los sacramentos, morar en medio de ella y mantener un lugar temporal”.



3. La ordenación al sacerdocio universal por medio del Bautismo

Así fue Lutero: creativo, intempestivo, un verdadero fuego artificial de intuiciones y conocimientos teológicos. Pero atención: las citas provienen de libros distintos que fueron escritos en distintos momentos. De hecho, Lutero nunca se sentó a escribir un tratado sobre “Bautismo, Sacerdocio Universal y Ministerio Ordenado”, sino fue escribiendo y predicando en la medida que se presentaban las situaciones en aquel fascinante proceso de la Reforma, en el cual la cristiandad se halló de pronto frente a insospechados espacios para pensar y construir iglesia (¡nuestra frase para el primer lóbulo!), para reubicarla dentro de los procesos sociales, políticos y religiosos que se vivían en el ocaso de la Edad Media, y para redefinir las matrices teológicas que ordenarían su quehacer.


Efectivamente, también la teología del Sacerdocio Universal de todos los y las Creyentes se genera en este proceso dinámico y va ganando cuerpo a partir de la necesidad de responder a situaciones muy concretas y específicas que surgen del proceso de la Reforma. No es expresión de aquella teología más bien “lúdica”, que elabora e hilvana por el indudable placer de desarrollar el pensamiento; en cambio, es respuesta a desafíos pastorales, eclesiológicos y teológicos que la iglesia cristiana en proceso de Reforma fue enfrentando.


En su calidad de respuesta, la Teología del Sacerdocio Universal de todos los y las Creyentes refleja una fuerte crítica al modo como la iglesia cristiana occidental se había organizado a sí misma y al mundo. Es decir, responde a una realidad que en la percepción de Lutero era pastoral y teológicamente insatisfactoria e insostenible.

Lutero critica:
-
la división de la cristiandad entre un estamento espiritual (=clerical, es decir, monjes, sacerdotes, obispos, etc.) y un estamento secular (zapateros, médicos, campesinos).
-
La prerrogativa del estamento espiritual (concentrada en última instancia en la autoridad del papa) para interpretar las Escrituras.


Con su crítica fundamental a la autoridad exclusiva del papa (y por extensión a los estamentos subordinados a él), el proceso de la Reforma se vio enfrentado, sin embargo, a la pregunta que surge como consecuencia lógica de esta crítica: si la autoridad y la prerrogativa exclusiva en los asuntos espirituales no se ubica en la construcción piramidal que caracteriza la eclesiología católicorromana con su punto focal en la figura del papa, ¿dónde se ubica entonces? ¿Dónde está la autoridad y la potestad en la cristiandad, quién la ostenta? En términos bien prácticos, ¿quién interpreta las Escrituras, quién confiere autoridad para que alguien actúe como pastor en medio de una comunidad, quién tiene derecho a la palabra en la comunidad, a la predicación y a la administración de los sacramentos?


En su respuesta a estas preguntas, Lutero reposiciona al Bautismo como el factor constitutivo del estamento espiritual. Toda persona bautizada es – por fuerza del Bautismo – parte del estamento espiritual, es –por fuerza del Bautismo – sacerdote/sacerdotisa, y ostenta por ello – por fuerza del Bautismo – autoridad en el estamento espiritual. En definitiva, entonces, el Bautismo se constituye en el acto de ordenación al estamento espiritual, y de empoderamiento del pueblo de Dios con la autoridad sacerdotal. El poder espiritual, en el concepto de Lutero, no se concentra como tesoro en una estructura determinada, la cual lo reparte según su criterio por medio de imposición de manos. En cambio, se ubica en el sacramento del Bautismo y se comunica por medio del acto bautismal, donde la persona bautizada es incorporada en el cuerpo de Cristo y dotada con los dones (carismas) que el Espíritu Santo quiera conceder.


Resulta importante profundizar todavía algo más en esta línea de pensamiento. A través del Bautismo, las personas son incorporadas en el nuevo pacto del pueblo de Dios y son transformadas y empoderadas, por los dones del Espíritu (los carismas) como instrumento del propósito amoroso de Dios para toda la creación. Con este énfasis, Lutero entrelaza con mucha fuerza su teología del Sacerdocio Universal de todos los y las Creyentes con la “missio Dei”, la misión de Dios, tal como se expresa particularmente en la obra y los méritos de Cristo. A través del Bautismo y por medio de los dones del Espíritu, cada persona participa en aquella misión que toma su origen en Dios y se encarna en el mundo en Cristo. A pesar de sus imperfecciones y fracturas, el pueblo de Dios tiene la vocación de anunciar y vivir la reconciliación, la transformación y el empoderamiento como manifestaciones de su Reino. El Sacerdocio Universal de todos los y las creyentes adquiere su sentido y razón de ser en la participación de la comunión de los santos y santas (las personas bautizadas) en la misión de Dios. Sin ese contexto, el concepto del sacerdocio universal, y el del ministerio ordenado, como veremos más adelante, se vaciaría de todo su propósito e intencionalidad originales.


Es importante mencionar, aunque en forma breve, que para Lutero el sacerdocio universal no se ejerce exclusivamente en el ámbito de la iglesia institucional, ni tampoco exclusivamente en el ámbito secular. En cambio, este sacerdocio se vive en todos los ámbitos y relaciones de cada persona: la familia, el vecindario, la relación laboral, el ámbito público…. todos estos son espacios donde la persona bautizada tiene la vocación de vivir su Bautismo. Pero también como parte de una comunidad eclesial, como miembro de una iglesia, toda persona bautizada está llamada a vivir su Bautismo. Pues así como el Bautismo incorpora a la totalidad de la persona en el cuerpo de Cristo, así el sacerdocio universal apunta a la totalidad de las dimensiones de la vida de las personas como espacio para expresar ese Bautismo. El Sacerdocio Universal de todos los y las Creyentes se vive en la iglesia y en la sociedad.


Esta comprensión amplia del concepto del Sacerdocio Universal se dibuja claramente en las expresiones que el mismo Martín Lutero esbozó en sus escritos para este sacerdocio:

- Vivir el Sacerdocio Universal es compartir los bienes materiales;

- Vivir el Sacerdocio Universal es ejercer la profesión secular como un sacerdocio;

- Vivir el Sacerdocio Universal es ejercer el derecho y el deber de proclamar la Palabra;

- Vivir el Sacerdocio Universal es ejercer la consolación mutua y el anuncio mutuo del perdón de los pecados;

- Vivir el Sacerdocio Universal es practicar la intercesión por los hermanos y las hermanas;

- Vivir el Sacerdocio Universal es discernir y juzgar las doctrinas.


Queda de manifiesto así, que tanto el intento de reducir el Sacerdocio Universal de todos los y las Creyentes solamente al ámbito de la iglesia, como el intento inverso de excluir el ejercicio del sacerdocio del ámbito de la iglesia y solamente dirigirlo al ámbito secular, no corresponden a la amplitud original del concepto teológico desarrollado por el reformador.




4. El sacerdocio universal de todos los y las creyentes y el ministerio especial.

A partir de las citas textuales de Lutero, queda de manifiesto, sin embargo, que la reconceptualización del sacerdocio a partir del Bautismo no lleva a Lutero a descalificar la razón de ser de un ministerio especial dentro del sacerdocio universal, y con ello de una ordenación especial a este ministerio. Pues así como Lutero es vehemente en criticar la legitimación, la concentración de poder y la jerarquización de este orden, así es también claro en defender su necesidad y función dentro del pueblo de Dios. Lutero rechaza la idea que aquello que distinguiría al ministro ordenado sería su supuesta superioridad espiritual, o su supuesta capacidad metafísica de efectivizar la transubstanciación del pan y vino en cuerpo y sangre de Jesucristo. Pero Lutero no deja lugar a dudas en cuanto a la necesidad de una diferenciación en el ámbito del pueblo de Dios a partir de la función especial de la persona ordenada: a su cargo están la predicación de la palabra y la administración de los sacramentos, tareas que pertenecen a todo el pueblo de Dios, pero a las cuales él (y hoy ellas) se dedican en forma exclusiva y para la cual han sido debidamente llamados/as por la comunidad e iglesia.


La argumentación de Lutero para este fin tiene dos vertientes distintas. Por una parte, Lutero argumenta desde una perspectiva muy práctica, nutrida en parte de dolorosas experiencias vividas en el seno del proceso de la Reforma. Efectivamente, quedó de manifiesto tempranamente para Lutero que el “todos están a cargo” fácilmente derivaría en “nadie lo hace”. Por otro lado, Lutero debió reconocer también que sin un orden comúnmente acordado y aceptado, el sacerdocio universal podía degradarse en experiencias de abuso de poder y de atropello, ahora de otra índole: se imponía el más fuerte, el más locuaz, el socialmente más reconocido, el más sagaz… El ministerio ordenado adquiere de esta forma una función que posibilita participación, interacción y responsabilidad mutua en el ministerio que pertenece a todas las personas bautizadas.


Pero para Lutero, el ministerio ordenado, u especial, es más que un arreglo práctico para el ejercicio ordenado de aquellas funciones que en el fondo pertenecen a toda la comunidad. Como se desprende de las citas, Lutero también argumenta sosteniendo que el ministerio ordenado es divinamente instituido, un orden creado por Dios. Su autoridad está enraizada en Cristo mismo, quien enmarca este ministerio dentro del carácter que Él mismo otorgó a su ministerio: la diaconía, el servicio. Ser ordenado/a, entonces, significa estar apartado para el servicio en la comunidad cristiana. Su autoridad, por ende, no se refiere a un status, sino a ese servicio. El /la ministro ordenado está dentro de la congregación, pues participa del único ministerio de la iglesia. Está al frente de ella, pues en nombre de Dios proclama el Evangelio y celebra los Sacramentos. El ministro / la ministro surge desde el sacerdocio universal y es electo /a por la comunidad; el ministerio que asume, sin embargo es instituido por Dios. En este sentido, la funcionalidad del ministerio ordenado ya no se explica exclusivamente como una delegación de una tarea de todos/as en una persona debidamente llamada. Su funcionalidad también se explica desde el argumento de la continuidad del apostolado en la iglesia cristiana, la representación de Cristo en medio de ella y la unidad en el cuerpo de Cristo.


En términos prácticos, el sacerdocio universal de todos los y las creyentes, por un lado, y el ministerio ordenado, por el otro, no son opciones excluyentes sino expresiones interrelacionadas e interdependientes, que además constituyen, en teoría, un fino equilibrio de poder en el estamento espiritual del cual, reiteramos, toda persona bautizada es parte: El sacerdocio universal y su potestad, incluso la del discernimiento de la Escritura y de la doctrina, es un contrapeso a una posible dominación y abuso de poder desde el ministerio (ordenado). Nada más como ejemplo: la impresionante creatividad de aquellos “ministros, apóstoles, profetas, etc.” de ciertos grupos religiosos contemporáneos para crear y deshacer doctrina y prácticas cristianas, dan cuenta de la utilidad y necesidad de tal contrapeso ubicado con plena autoridad en el pueblo de Dios. El sacerdocio universal corrige el potencial peligro de un tutelaje espiritual por parte de una élite clerical, ya sea autoproclamada, o efectivamente ordenada.


De la misma forma, el ministerio ordenado se constituye en contrapeso a una posible manipulación del Evangelio de Jesucristo por parte de una comunidad, dotándolo de una autoridad que se origina más allá de sus propios confines y la conecta con todo el cuerpo de Cristo. La soledad de Cristo en la cruz debería servir de suficiente advertencia a quienes demasiado rápidamente quisieran aplicar el principio del “vox populi – vox Dei” – la voz del pueblo es la voz de Dios – a la misión de la iglesia. Expresiones contemporáneas de un sinnúmero de grupos endosando, y hasta clamando por nuevas formas de palpar, controlar y asegurar su salvación (casi siempre personal), nos hablan hoy de la utilidad de este contrapeso ubicado más allá del ámbito de control de una comunidad determinada.


Es dentro del campo de fuerza que se abre a partir de esta importante diferenciación, pero a la vez interrelación entre sacerdocio universal y ministerio ordenado que las iglesias luteranas deben buscar una adecuada expresión de su vocación de participar en la misión de Dios.



5. Del dicho al hecho….. ¿cuánto hay de trecho?

Quisiera ahora volver a lo que fue el inicio de mi presentación, donde me refería al valioso impulso que significó el comentario de mi hermano sacerdote en Santiago de Chile. Hemos dado un recorrido para en primer lugar releer lo que Lutero efectivamente dijo con respecto al Sacerdocio Universal de todos los y las Creyentes. Luego analizamos el contenido de esta doctrina, el lugar desde el cual surge y los complementos que fue adquiriendo con el tiempo. Sin lugar a dudas quedó en evidencia su fuerza: toda persona, por fuerza del Bautismo, es integrada al ministerio único de la iglesia que es anunciar y vivir la sorprendente gracia de Dios y la proximidad de su Reino en su contexto específico. A la vez, quedó en evidencia la diferenciación de esta doctrina, incluso la complejidad que resulta del hecho que Lutero no renuncia a la noción del ministerio ordenado y el origen divino de su autoridad. Por el contrario, Lutero suma esta noción a la doctrina del sacerdocio universal y coloca ambos términos en una poderosa relación dialéctica.


¿Cómo viven las iglesias luteranas miembro de la Federación Luterana Mundial esta tensión dialéctica? ¿Cómo le dan expresión a ambas realidades, al sacerdocio universal y al ministerio ordenado? ¿Cómo interactúan?


Sería un acto de imperdonable soberbia si me arrogara el derecho a describir estas realidades, que desde mi limitada perspectiva son muy diversas, dependientes de los contextos en los que las iglesias se ubican, y de los procesos eclesiales vividos.

Pero en vez de describir estas realidades, creo estar en condiciones de concluir mi presentación con algunas observaciones y preguntas que me surgen tanto desde mi propio proceso como pastor de mi iglesia en Chile, como desde mi tarea actual como Secretario para América Latina y El Caribe de la FLM. En innumerables contactos, visitas, diálogos, lectura de documentos, planes y proyectos van surgiendo algunos ejes comunes, se van articulando desafíos y proyecciones y vienen surgiendo preguntas e interrogantes, que en la actualidad formularía así:


a) El Bautismo, ¿ordenación al sacerdocio universal? Percibo una observación e inquietud en algunos/as, que tanto los formularios de liturgia, los textos utilizados para la predicación, y la misma predicación en la celebración del Bautismo siguen enfatizando grandemente en este sacramento como un acto de remisión del pecado, medianamente como un acto de incorporación al cuerpo de Cristo, y muy marginalmente como un acto de ordenación al sacerdocio que compartimos todos los y las creyentes. Aparentemente, el Bautismo no estaría teniendo esta dimensión de empoderamiento y vocación para hacer parte de la misión de Dios, como evidentemente Lutero todavía lo interpretaba.

b) La misión – ¡asunto de pastores! He oído del diagnóstico que hacen algunas iglesias del problema que significa el hecho que la delegación de la función de la prédica y administración de sacramentos en la persona del pastor o pastora ha significado en la práctica la abdicación total de cualquier responsabilidad en la misión de Dios por parte de las personas bautizadas. Esto es particularmente el caso en aquellas iglesias donde la membresía no le atribuye una dimensión misionera a la iglesia. En su concepto, la misión de la iglesia sería la de responder a las demandas de sus miembros por determinados servicios religiosos. Su razón de ser no sería la participación en la misión de Dios. Por consiguiente, el sacerdocio universal y el ministerio ordenado se interpretarían desde este concepto, que implica una marcada pasividad.

c) El “salvavidas” del sacerdocio universal: Es perceptible una cierta tendencia en las iglesias a rescatar al sacerdocio universal y apelar a que sus miembros lo asuman como una estrategia de respuesta a las apremiantes necesidades de cobertura pastoral, muchas veces surgidas por los problemas económicos que viven las iglesias. El empoderamiento y la capacitación de laicos apuntaría en estos casos a reemplazar o sustituir la función del ministerio ordenado en la iglesia.

d) ¡Socorro, tenemos un pastor!: Algunas iglesias se han visto, o se ven enfrentadas a un significativo problema cuando – luego de enormes esfuerzos – han logrado formar a un pastor / una pastora y él / ella solicita ordenación al ministerio, o instalación en una comunidad. He aprendido que este problema tiene al menos dos vertientes: las implicaciones económicas que derivan de la ordenación, y un cierto temor a que una instalación en comunidades hasta entonces sin pastor / pastora podría descontinuar procesos de empoderamiento y de participación comunitaria. Con respecto al primer “problema”, me ha surgido la pregunta si es siempre razonable el equilibrio entre número de miembros de una comunidad y la asignación de una plaza pastoral. Con respecto al segundo, me pregunto si la formación pastoral (¿o vicariato?) está dando herramientas a los pastores y pastoras para ejercer un liderazgo lo suficientemente participativo, horizontal y cauteloso que ofrezca espacio a los dones y talentos existentes localmente y proyecte su crecimiento.

e) La iglesia de “la mano pegajosa”: Es común en muchas iglesias un fuerte reclamo de personas laicas comprometidas con la misión de la iglesia en el sentido que la iglesia los absorbería demasiado en un torbellino de cada vez más responsabilidades y tareas, llevando muchas veces a estos líderes y liderezas al total agotamiento, frustración e incluso colapso.

f) La iglesia / comunidad como pertenencia: He escuchado también en algunas iglesias la constatación del caso inverso, en el sentido que personas en posiciones de liderazgo, laico o pastoral, muchas veces entran en una espiral de desarrollar un sentido de propiedad sobre el cargo, la comunidad o la iglesia nacional, que finalmente no permite la emergencia y la participación de nuevo liderazgo. Mientras algunas iglesias aparentemente tendrían el problema de conseguir líderes que asuman responsabilidad, hay otras que aparentemente perciben el problema de no lograr una sana alternancia y dinámica en sus funciones de liderazgo.

g) “El gran problema es que no tenemos líderes”. Esta es una observación más bien personal: en varias oportunidades he escuchado la queja por una falta de personas capaces o dispuestas a asumir liderazgo en la iglesia. A veces, este lamento lo he escuchado en mesas de trabajo rodeada de personas, laicas y pastores/as, con una tremenda vocación de trabajo y amor por la iglesia. Esta discrepancia me ha llevado a la pregunta: ¿Cuál es el problema de aquellas iglesias: no tener líderes, o no ver a sus líderes? En consecuencia, ¿cuáles serían los procesos y estrategias de identificación de líderes? ¿Tienen nuestras iglesias un catastro de habilidades (carismas) y uno de necesidades para la misión?

h) El desafío de la capacitación continua: Percibo, por ejemplo a través de proyectos enviados a la FLM, que varias de las iglesias en la región están luchando con el problema de aportar en forma periódica y continuada insumos relevantes para la labor de sus líderes, tanto pastores como laicos. De la misma manera, muchas iglesias están bregando con la pregunta acerca de las estrategias de reciclaje y de regeneración para sus cuadros de liderazgo. Esta dificultad se traduce en un fuerte desgaste de los y las líderes y en ofertas repetitivas que terminan desgastando y degradando a las comunidades y grupos.

i) El “pastorcentrismo”, ¿dónde se origina?: Hay iglesias en nuestro medio que están descubriendo que el “pastorcentrismo” o la “pastor/a-dependencia” no se origina (exclusivamente) en una supuesta actitud de comodidad o desidia por parte de la comunidad, sino también a partir del modo como pastores y pastoras ejercen su papel en la comunidad. Similar a los procesos en la temática de género, donde estrategias de empoderamiento de mujeres prontamente tocan techo si no van acompañadas de estrategias de discernimiento sobre nuevos modelos (con consciencia de genero) para los hombres, estas iglesias están buscando aquellos modelos para el ministerio pastoral que sean capaces de relacionarse e interactuar con el fenómeno de una membresía más consciente de su lugar y rol, y más empoderada para ejercerlo.


Quiero llegar al final de mi presentación. Estoy consciente que algunas de estas constataciones, observaciones y preguntas finales son bastante duras. Tocan fibras muy íntimas de las personas y su vocación. Muchos líderes de nuestras iglesias en América Latina han hecho de la iglesia su proyecto vital. Todo ha sido para la iglesia, todo lo han dado para la iglesia. ¡Venga ahora alguien a levantar preguntas que pudieran interpretarse como que su entrega estaría en entredicho, o que aquello que se estuvo haciendo por décadas con el mayor de los amores y dedicación, quizás es hoy la raíz de algunos de los problemas que la iglesia enfrenta para su futuro! Hay aquí una dimensión personal que es necesario incorporar al discernimiento sobre la expresión real del sacerdocio universal y del ministerio ordenado en nuestras iglesias. Es herencia común a la iglesia cristiana que ella busca la dignidad de las personas y el respeto a ellas.


Está claro también – esto quedó de manifiesto desde el inicio de esta presentación – que una de las líneas de fondo de la temática que he intentado abordar aquí es el tema del poder en la iglesia. Para Lutero, la pregunta de fondo que buscó responder es de dónde viene el poder del ministerio, quién lo controla, quien lo concede y cómo se ejerce en la comunidad eclesial. Mi referencia final a un paralelismo que existe entre la definición de la relación entre sacerdocio universal y ministerio ordenado, y las relaciones de género, viene a dar continuidad a esta perspectiva que abre Lutero. Pues es sabido que las relaciones de género son, en última instancia, una pregunta acerca de las formas cómo hombres y mujeres comparten el poder. En este sentido, me parece que sería ingenuo un abordaje exclusivamente teológico de las preguntas que surgen con respecto a la relación, interacción y complementariedad entre el sacerdocio universal y el ministerio ordenado. La teología aporta una matriz ineludible. Pero me parece que ella debe ser puesta en diálogo con otros saberes, por ejemplo de la sociología, de la sicología social, sociología de la religión y mismo de la psicología.


Al colocar todo este diálogo necesario, pero seguramente difícil a ratos, en su contexto misiológico – ¡la pregunta última es cómo mejor nos organizamos para ser fieles partícipes en la misión a la cual Dios nos incorpora a través del Bautismo! – habremos conseguido un direccionamiento que nos permite un abordaje respetuoso y constructivo al discernimiento que nos convoca.

PROSPERIDADE: Posicionamento da IECLB

I - Prosperidade: uma promessa divina


Na Bíblia a prosperidade é uma promessa divina, externada de diversas maneiras e em diferentes épocas da vida do povo de Deus. Comumente ela vem ligada a verbos como prosperar, aumentar, abundar, multiplicar, crescer, enriquecer, entre outros. Pela prosperidade suplicam os fiéis (Sl 118.25), e a fartura é o que Deus assegura estar reservado para as pessoas que o temem e guardam a sua lei, respectivamente os seus mandamentos (Dt 28.1-14; Js 1.8; Sl 1.1-3; 112.1-3). Por isso se afirma em Pv 10.22 e 22.4: “A bênção do Senhor enriquece”, e “Para conseguir riqueza, respeito dos homens e uma vida feliz, você precisa ser humilde e obediente ao Senhor”. Logo: “Quem confia no Senhor prosperará” (Pv 28.25), e “[...] nos dias em que buscou ao Senhor, Deus o fez prosperar” (2Cr 26.5).


Dt 28.1ss torna claro que não se trata, nestes casos, unicamente de fartura e abundância em dinheiro ou em bens de consumo, como moradias. A prosperidade prometida por Deus abrange todas as esferas da vida, e as bênçãos são prometidas para a vida na cidade e no campo, envolvendo, neste último, sobretudo fartura de colheitas, celeiros abarrotados e multiplicação do gado. Por ser a prosperidade uma bênção divina em sentido amplo, é mais do que natural que a Bíblia, ao lado do seu aspecto material, enfatize também a sua dimensão espiritual. Ela o faz destacando o crescimento da igreja e da palavra de Deus (At 6.7; 9.31; 12.24; 19.20), ou então apontando para a necessidade de crescer e aumentar – ou seja, prosperar – no amor, na fé, no conhecimento de Jesus e nas ações de graça (Lc 17.5; Cl 2.7; 1Ts 3.12; 2Pe 3.18). Ef 4.15 resume o aspecto da prosperidade espiritual exortando: “Mas, seguindo a verdade em amor, cresçamos em tudo naquele que é a cabeça, Cristo [...].”


Nem sempre a promessa de prosperidade vem atrelada ao cumprimento da lei de Deus como um todo. Em algumas passagens ela vem associada à prática de mandamentos específicos como, por exemplo, o das primícias, dos dízimos e das ofertas (Gn 14.18s; Ml 3.8-12; Pv 3.9-10) ou, então, de recomendações para a ajuda aos pobres carentes (Pv 19.17; 22.9; 28.27; Is 58.10s; Mt 6.1-4), respectivamente, a comunidades carentes, como em 2Co 9.6-11. Várias das passagens citadas expressam a certeza de que doações desse gênero, ao contrário de trazerem prejuízo aos fiéis, em verdade farão com que Deus os recompense generosamente, pois “aquele que pouco semeia pouco também ceifará; e o que semeia com fartura com abundância também ceifará” (2Co 9.6; cf. o mesmo princípio – “o que se semeia é o que se colhe” – em Pv 11.24-26; 22.8s; Jó 4.8; Ob 15; Ef 6.8 e Gl 6.7).


II - Nem toda prosperidade representa bênção divina
Vários textos dão conta da existência de pessoas prósperas, mas cuja abundância não provém do temor e da obediência a Deus. Trata-se da prosperidade dos perversos e ímpios. Jó 21, o Sl 73 e textos como Is 5.8ss a descrevem em detalhes. Costuma vir associada com violência e opressão (Sl 73.6-8; Is 5.18, 20). Esta constatação faz da prosperidade uma realidade ambígua – ela tanto pode retratar uma bênção de Deus, quanto ser o resultado de valores e práticas contrárias a Sua vontade.


III - Entraves à prosperidade
Há algumas passagens na Bíblia – mesmo que poucas – em que a falta de prosperidade é atribuída aos próprios necessitados. Este é o caso, por exemplo, quando não há vontade para o trabalho (Pv 6.6-11; 10.4; 14.23; 20.4-13; 2Ts 3.10 – cf. também Pv 28.19 e 23.20s).


Na maioria dos casos, a palavra de Deus identifica a desobediência aos mandamentos divinos como o maior entrave à prosperidade (Dt 28.1ss, também 28.15ss). Esta desobediência leva à prática da injustiça, que pode manifestar-se legal e estruturalmente por leis que oprimem os necessitados e menos favorecidos (Is 10.1-4; Am 5.6ss; Mt 23.4; Mc 3.1-6), impedindo a sua ascensão social e econômica, ou seja, a sua prosperidade. Em outros casos, o entrave é resultado da transgressão de leis estabelecidas, como, por exemplo, das leis que solicitam não cobrar juros de pessoas carentes (Êx 22.25; Lv 25.35-38; Dt 23.19s) e não reter o salário de diaristas (Dt 24.15; Tg 5.1-5). A própria justiça, quando corrompida, favorece só a um segmento minoritário da população (Am 2.6; 6.12; Is 1.23; 32.7; Jr 5.28; 22.17; Mq 3.11 e 7.3). Alguns textos também deixam transparecer os prejuízos acarretados pelo desejo do acúmulo irrefreável dos bens, travando uma melhor distribuição de renda entre a maioria populacional (Is 5.8; 65.21ss; Jr 17.11; Mq 2.1-3; Mt 6.19-21; Lc 12.16-21).


Para a Palavra de Deus, estes e outros entraves colocados à prosperidade dos necessitados revelam não só falta de justiça e retidão, mas também de misericórdia e sensibilidade: Os 6.6; 14.3; Mq 6.8; 7.18; Mt 12.7. Jesus entendeu claramente que, se ao invés da injustiça, fosse buscado com prioridade – “em primeiro lugar” – o reino de Deus e a sua justiça, também os carentes haveriam de prosperar, pois não lhes faltaria mais comida, bebida e vestimenta (Mt 6.25-34 – cf. o v. 33!). Já o AT criticou duramente uma prática de piedade que se agradava em oferecer sacrifícios a Deus e ao seu templo, mas que não se dignava a zelar – com igual empenho – pelos sacrifícios em favor dos necessitados (1Sm 15.22; 7.1-11; Os 6.6; Am 5.21-24).


Os entraves colocados à prosperidade do povo de Deus explicam por que em países de tanta riqueza como a Palestina da época de Jesus (e o Brasil da atualidade!) existe tanta pobreza e carência. Explica também por que Jesus não terminou os seus dias como próspero pregador itinerante da Galiléia, Samaria e Judéia, mas como perseguido e crucificado, dando-se resultado semelhante também com vários de seus apóstolos (por exemplo, 2Co 4.7-11).


IV - Limites e finalidade da prosperidade
Há limites evangélicos para a prosperidade material? O NT intui com muita sabedoria que o acúmulo de bens e riquezas gera idolatria, ou seja, gera o apego e o amor ao dinheiro e aos bens e a dependência deles (Mt 6.19-21; Mt 6.24; Lc 12.16-21; 1Tm 6.10). Logo, o limite da prosperidade está dado quando não serve mais às necessidades reais, mas, em função do acúmulo, cria sempre novas e diferentes “necessidades” adicionais.


O limite da prosperidade é confirmado quando refletimos sobre a sua finalidade segundo o testemunho bíblico. Nos textos se confirmam dois importantes princípios:


1) A natureza última da prosperidade é coletiva. Deus a deseja para todo o seu povo, mesmo que seja sensível a petições individuais, como no caso de muitos salmos. No NT essa natureza coletiva é confirmada pela eclesialidade do povo de Deus: ele é o corpo de Cristo, onde todos são mutuamente dependentes e devem praticar a mútua solidariedade (At 2.42ss; 4.32ss; 1Co 12.25-27; 1Co 13). Por isso, em comunidade, a prosperidade de um membro já não será mais só sua – o será de toda a congregação; e a necessidade de um membro também já não será mais unicamente sua – será compartilhada pela comunidade, dentro da qual as e os fiéis devem levar mutuamente as cargas uns dos outros (Gl 6.2).


2) Esta natureza - originalmente coletiva - das bênçãos da prosperidade nos faz entender por que houve salvação na casa de Zaqueu quando resolveu dar metade dos seus bens aos pobres e devolver quatro vezes o valor de suas fraudes (Lc 19.1-10). Explica também por que Lucas dá tanta importância à prática das esmolas e da generosidade (Lc 11.39-41; 12.33; At 9.36; 10.2,4,31; 24.17 – cf. Lc 7.34ss e 14.12s) e por que Paulo faz uma exortação aos ricos no sentido de “que pratiquem o bem, sejam ricos de boas obras, generosos em dar e prontos a repartir” (1Tm 6.18). A partilha dos bens, a sua distribuição mais eqüitativa, é a finalidade última das bênçãos advindas da prosperidade material. Só assim haverá mais igualdade, podendo Deus ser o Pai de todas as pessoas para que elas sejam realmente uma fraternidade solidária, em vez de um conjunto de crentes egoístas e individualistas (2Co 8.13-15).


V - Considerações sobre a “doutrina da prosperidade” (DP)
Sobre o pano de fundo deste resumo do posicionamento bíblico, pode-se avaliar a nova “doutrina da prosperidade” (DP), como divulgada pelas igrejas de cunho neopentecostal, a exemplo da Igreja Universal do Reino de Deus e da Igreja Internacional da Graça de Deus, entre outras. A DP, fortemente influenciada pela corrente da “confissão positiva”, entende que todas as pessoas crentes devem e podem prosperar, desde que:



a) se transformem em fiéis e abnegadas dizimistas e doadoras de ofertas, pois, o princípio bíblico reza: “aquele que semeia pouco, pouco também ceifará; e o que semeia com fartura, com abundância também ceifará” (2Co 9.6), e “dai, e vos será dado” (Lc 6.38). No Brasil cunhou-se a expressão, num desvirtuamento da oração atribuída a São Francisco de Assis, “é dando que se recebe”;
b) se tornem plenamente cientes dos seus direitos de prosperidade, assegurados pelo próprio Deus em sua Palavra, para o que se recorre a textos como Ml 3.8-12; Lc 6.38; 2Co 9.6ss, entre outros;
c) saibam exigir e reivindicar junto a Deus a validade e o cumprimento desses direitos “em nome de Jesus”, isto porque “direito não reclamado é direito não existente”;
d) saibam permanecer firmes e convictas em suas exigências a Deus, jamais vacilando ou duvidando do seu cumprimento, mesmo que as aparências e as evidências apontem para o contrário. A base bíblica costuma amparar-se em textos como Mt 7.7s. A fé numa vida de abundância cria a realidade do sucesso; o vacilo, a dúvida e a insegurança quanto à prosperidade criam o fracasso. A fé e as palavras que lhe dão expressão são entendidas como forças que, uma vez verbalizadas, criam as próprias realidades que expressam. Dentro desta lógica, é errôneo rogar ou suplicar a Deus com expressões como “se for da tua vontade”, ou “que assim seja”, já que elas retratam dúvida quanto à absoluta convicção do atendimento divino. Os cristãos devem, muito mais, decretar, reivindicar e determinar o seu direito à felicidade;
e) estejam libertas de influências ou possessões demoníacas, que conservam os fiéis sob o domínio do pecado.


Tais pilares doutrinais da prosperidade, pregados com insistência diariamente pelos vários meios de comunicação, colocam as pessoas fiéis não-prósperas em situação constrangedora, culpabilizando-as ao lhes atribuir falta de fé nas promessas divinas ou então sugerindo possessão por demônios.



As críticas que cabe fazer a uma tal doutrina, podem ser resumidas nos seguintes pontos:



1. Há uma supervalorização do cumprimento do dízimo, entendido literalmente, em detrimento do cumprimento de todas as demais prescrições da lei bem como de outras ofertas solicitadas no AT, como as primícias e as “ofertas instituídas” (hebraico: terumah). Se quiséssemos ser exatos, à luz de textos como Dt 28.1ss, o descumprimento de qualquer um dos diversos mandamentos de Deus por si só já poderia implicar na suspensão das bênçãos prometidas! Note-se que na DP também costuma ser omitido que nem Jesus nem os apóstolos conclamaram para a doação de dízimos, e sim, unicamente para que cada qual desse aquilo que conseguisse dar com boa vontade e alegria, e não por tristeza ou coação (2Co 8.12; 9.7). E, por último: dificilmente se problematiza o dízimo como contribuição percentualmente eqüitativa de todos os fiéis, quando se sabe muito bem que a décima parte de um salário mínimo representa um valor proporcionalmente muito superior ao dízimo pago por quem recebe numa faixa entre 10 a 20 salários!



2. Para a DP as bênçãos na forma de abundância e prosperidade transformam-se de uma dádiva, que Deus, em seu amor, promete graciosamente às suas criaturas, em um direito, que se pode exigir e cobrar dEle. No entanto, a nossa condição de criaturas não ultrapassa biblicamente a de textos como Lc 17.10: “Também vós, depois de haverdes feito quanto vos foi ordenado, dizei: Somos servos inúteis, porque fizemos apenas o que devíamos fazer”; ou 1Co 4.7: “[...] E que tens tu que não tenhas recebido? [...]”. A postura que reclama prosperidade como direito ignora, ademais, as diferenças entre Deus, Criador, e os seres humanos, suas criaturas: é só a Deus que cabe, em última análise, o governo do mundo (Is 40.12ss; Sl 145.13). Também não cabe a uma criatura tirar de Deus a liberdade para decidir a hora e o lugar para derramar as suas bênçãos (Ec 3.9-15; Mc 4.26-29). O mais grave nessa postura de exigência, contudo, é que (segundo Rm 3.21ss; Gl 2.15ss e Fp 3.8-9) toda criatura, por praticar a injustiça, depende, no que concerne à sua salvação – a sua prosperidade incluída – total e exclusivamente da graça de Deus. Portanto, se se quer falar da lógica do Do ut des (“dou para que dês”) ou do “É dando que se recebe” para caracterizar a nossa relação com Deus, então só podemos fazê-lo na consciência de que todo e qualquer recebimento não é nem direito nosso nem dever de Deus, mas unicamente expressão da Sua graça, não cabendo, pois, ser decretado e determinado, mas somente pedido e suplicado com humildade e na consciência de pecado.



3. A DP exalta indevidamente a prosperidade material, em detrimento de uma prosperidade em outras áreas da vida, como na fé, no amor e na esperança. Além disso, o seu acento no direito e dever de cada fiel de ser próspero advoga uma escatologia já plenamente realizada no aqui e agora, contrariando a dialética entre o “já” e o “ainda não”, tão característica de ambos os Testamentos. Em Jesus e na fé nele o Reino de Deus se faz presente já agora, mas o reino consumado está resguardado para o futuro. Portanto, “ainda não” vivemos nele, mas estamos a caminho.


A DP é exageradamente individualista. Não fomenta espírito de partilha e distribuição dos bens. Também se apresenta como não-profética e politicamente conservadora. Não procura ver as raízes estruturais da pobreza e do desemprego, muito menos os interesses gananciosos por detrás da concentração de renda. Coloca sobre a responsabilidade de demônios o que, na sociedade, é perfeitamente identificável e atribuível a interesses de pessoas, grupos e corporações. Daí que o seu combate ao mal da pobreza apela para uma mágica transformadora de palavras ditas com determinação, ao invés de se empenhar pela correção de estruturas de injustiça e das leis que as facultaram.


Não devemos permitir que os interesses econômico-financeiros que hoje determinam o processo de globalização sujeitem também a nossa fé a uma visão estreita de prosperidade individual e material. O Deus da vida é generoso e se compraz com a prosperidade de toda a sua criação – prosperidade que entendemos no sentido da vida plena a ser buscada diariamente pela fé em Cristo e pelo viver segundo o seu exemplo.


Porto Alegre, 19 de agosto de 2008.
Walter Altmann
Pastor Presidente

viernes, 8 de agosto de 2008

Acto Público de Arrepentimiento: El Presidente de la FLM,Obispo Hanson, lavó los pies de dos mujeres que viven con vih

Acto Público de Arrepentimiento: El Presidente de la FLM,Obispo Hanson, lavó los pies de dos mujeres que viven con vih


Las Iglesias convocaron a una incidencia en las políticas públicas en favor de las personas que viven con vih y sida y en darles la bienvenida.


MÉXICO CITY, Mexico/GENEVA, 7 Agosto 2008 (LWI) – En un acto público de “arrepentimiento y de humildad”, el Obispo Mark S. Hanson, Presidente de la Federación Luterana Mundial (FLM) y obispo presidente de la Evangelical Lutheran Church in America (ELCA por su sigla en inglés), lavó los pies de dos mujeres que viven con vih.



“Estoy absolutamente convencido que nosotros y nosotras, como líderes religiosos y en nuestras comunidades religiosas, que tanto hemos evitado y avergonzado a las personas con vih o complicados con el SIDA, que debemos comenzar en primer lugar por comprometernos a través de un acto público de arrepentimiento. Porque, ante la ausencia de un acto de arrepentimiento, temo que nuestra palabras no serán confiables” dijo en la Pre-Conferencia Ecuménica: “Fe en Acción Ya” que precedió a la XVII Conferencia Internacional de SIDA realizada en la Ciudad de México, desde el 3 al 8 de agosto del 2008.



De acuerdo a los organizadores de la conferencia, más de 20.000 científicos, funcionarios gubernamentales y representantes de la industria farmacéutica, iglesias y organizaciones no gubernamentales (ONG’s) al igual que activistas comunitarios, son esperados que participen de esta conferencia internacional bianual.



Como un posible acto de arrepentimiento Hanson citó el ser testeado para el VIH, comprometerse en la incidencia en políticas públicas y en el acompañamiento y la acogida de personas con vih y SIDA en la plena participación y en el liderazgo en las comunidades religiosas. Las personas que viven con vih o con SIDA no debe ser consideradas como “objetos de nuestra compasión” afirmó, sino que más bien como “miembros y participantes plenos en las comunidades religiosas”.



Temas difíciles.



Hanson subrayó que la plena participación de personas con vih y con SIDA no se puede alcanzar a menos que los líderes religiosos heterosexuales tengan la voluntad de hablar abiertamente sobre su propia sexualidad antes que concentrarse en las personas que son homosexuales, bisexuales o transgénero.



“Si asumimos con seriedad el terminar tal discriminación, debemos rechazar la noción que la sexualidad humano es un tema que define a la iglesia y que por lo tanto la puede dividir. Es la buena noticia de Jesús, el Cristo, que define a la iglesia y no la sexualidad humana” dijo.



El liderazgo religioso, predominantemente masculino, se debe preguntar a si mismo las difíciles cuestiones que tienen que ver con su predicación y enseñanza, y en su comprensión de Dios, insistió Hanson. Los líderes eclesiásticos deben examinar la forma por la cuales ellos y ellas han contribuido y continuado la discriminación en contra de las mujeres y a la posición de segunda clase de las mujeres, no solo en la sociedad sino también en las comunidades religiosas.



“¿Nos atreveremos? ¿Nos atreveremos a ser tan radicales en nuestro amor y compasión y acciones como lo fue Jesús?” desafió a los delegados ecuménicos.



Responsabilidades del Liderazgo.



Sophie Dilmitis de la Asociación Cristiana Femenina (World Young Women's Christian Association (World YWCA), una de las mujeres a las que Hanson lavó los pies, compartió con los delegados de la Pre-Conferencia Ecuménica su visión de la cooperación entre líderes de las iglesias y las personas con vih o con SIDA.



“Los líderes religiosos tienen las llaves para eliminar la vergüenza y la culpa que destruye el sistema inmunológico y lucha contra el virus de la misma manera que se hace contra el estigma y el silencio “declaró.



“Cuando vemos a los líderes religiosos ponerse de pie y encarar estos temas duros pero muy importantes, sabemos que las cosas han de comenzar a cambiar” comentó Dilmitis. “Tenemos que reconocer que esta oportunidad de trabajar junto con líderes religiosos tiene la responsabilidad de desafiar a otros líderes, de asumir el riesgo de conformar esta especie de relación y ubicarnos en solidaridad con las personas que viven con vih”.



(Contribución de la corresponsal de LWI Julia Heyde)

(Traducción al castellano: Pastor Lisandro Orlov. Buenos Aires. Argentina)


(La FLM es un comunión mundial de iglesias cristinas en la tradición luterana. Fundada en 1947 en Lund, Suecia, la FLM actualmente tiene 141 iglesias miembros en 79 países en todo el mundo, con un total de miembros de más de 68, 3 millones. La FLM actúa en nombre de sus iglesias miembros en áreas de interés común, tales como las relaciones ecuménicas e interreligiosas, teología, ayuda humanitaria, derechos humanos, comunicaciones y los varios aspectos de la tarea de misión y desarrollo. Sus secretarías están ubicadas en Ginebra, Suiza)